lunes, noviembre 01, 2004

Elecciones


Me inscribí por primera vez para la elección presidencial pasada. De hecho estuve unas doce horas haciendo fila -porque como buena chilena orgullosa dejo todo para el último día-, y me hice bien amiguita de una niña de derecho de la Chile, con la que convecimos a dos tipos que estaban antes de nosotras de irse y no esperar más. El plan se sustentaba en que ellos iban a votar por Lavín y nosotras por Lagos, y me siento orgullosa de decir que gracias a nuestras condiciones persuasivas hubo dos votos menos y dos votos más que ayudaron, si me permiten la arrogancia, bastante en la muy incomprensiblemente estrecha elección.

Y bueno, desde entonces no me ha quedado más que hacer fila en todas las elecciones y sentirme contenta cuando mi candidato es una de las primeras mayorías nacionales o conformarme con votar por un completo desconodido(a) confiando que hará las cosas bien. En la elección pasada estuvo todo en verdad mal porque yo era muy feliz pensando que el colegio donde votaba seguía siendo el que estaba justo en la esquina de mi casa y cuando llegué a votar me habían cambiado de sede y me quedaban algo así como 40 minutos para llegar. Sin tener idea de dónde quedaba este nuevo colegio y con escasos mil pesos en la billetera agarré el primer taxi que pude y le explique al señor taxista mi dilema. Afortunadamente este caballero iba justo a buscar a su señora madre al mismo colegio y no tenía ningún problema de llevarme por luka. Habían dos mujeres en la fila, voté e hice una larga caminata de vuelta a mi hogar para encontrarme con todos ultra alterados porque yo casi que estaba desaparecida en acción.

La votación de ayer no fue para nada tan entretenida, porque las dos mujeres se multiplicaron por veinte y estuve casi una hora y media parada. Al comienzo no me molestó tanto, pero cuando se acabó mi libro y yo sólo me había movido dos centímetros del lugar donde comencé a leer me di cuenta que esto iba a acabar mal. Todas alegaban contra las vocales de mesa, que eran bien lentas, pero yo traté de resistirme porque igual las pobres llevaban horas ahí, muertas de calor y teniendo que aguantar a esta horda de señoras enojadas. Pero a medida que pasaba el tiempo mi paciencia y buena voluntad se fueron acabando y terminé pelando en mala. Imagínense que firmé antes de que me entregaran el voto, que si fuera mala en verdad (nunca lo he conseguido, no me resulta ser malvada) podría haberme quedado con un voto sólo para dejarles el cacho de una tarde larga sin que cuadraran los votos y las firmas. Pero me contuve y anulé el primer voto de mi vida cívica en el caso de los alcaldes y voté por el que sería la primera mayoría de los concejales.

Lo único que me salvó de la ira total fue que la micro que me sirve estaba casi que esperándome y eso es lo más top porque pasa casi que cada una hora. Llegué a mi casita, almorcé regaloneada por mi madre y después me enteré que por más estrecha que estuvo la elección no voy a tener cambio de alcalde. Lo que no sé es si eso es bueno o malo, porque jamás me convenció el candidato de la Concertación. De hecho, en mi anulación escribí los nombres de los dos cantidatos y seguido de dos puntos puse: "par de chantas!"

4 comentarios:

Vero dijo...

Yo no voto. Ni me achicharro bajo ningún sol. Ni recuerdo ya cosas tan extrañas como taxis a luca...
:)

el doc dijo...

Comentaba con un amigo justamente acerca del "arte de anular". Quedó planteada la idea de que para la próxima hay que ir a votar con una camara digital para inmortalizar el voto (posteo al blog incluido).

Saludos!

isabelicity dijo...

que buena la idea de sinister, la aplicaré el dia que me inscriba, porque al igual que la vero, no voto... jiji
En todo caso si anulo votaría por el candidato preferido de los chilenos, don Pico

Roberto Arancibia dijo...

Sin duda, el 99% de los candidatos era chanta, excepto, claro el candidato de la señorita Isabelicity.
:-)

Roberto